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miércoles, 3 de octubre de 2012

Copyright: tan bueno no es.


              El derecho a ser dueño de una obra de la propia autoría es un tema tan viejo como los impulsores y detractores del mismo. El primer vestigio de una ley que “proteja al autor” proviene del Estatuto de la Reina Ana en Reino Unido del año 1710; claro que esta ley no buscaba que el autor tuviera una retribución a cambio de compartir su creación, sino que resguardaba a los libreros –los editores de los libros—de copias no controladas de los libros adquiridos a los autores y, por lo tanto, los resguardaba de pérdidas de capital. Sabiendo esto, ¿es legítimo limitar la distribución de una obra creativa? A mi parecer, hay una cantidad abismante de contras y sólo un pro, y este pro es alarmantemente convincente.

                El objetivo primitivo de la ley fue originado al momento en que la imprenta comenzó a masificarse. Hasta ese momento, los copistas –mayormente monjes—generaban cuantiosos ingresos para la Iglesia Católica. Las imprentas, digámoslo así, eran el enemigo económico a muerte de la Iglesia. Este origen ya nos hace sospechar: el beneficio no era la distribución del saber del autor, sino que el dinero generado a través de él.

                Joost Smiers, profesor de Ciencia Política de las Artes en el Grupo de Investigación Artes y Economía en el Utrech School of the Arts de Holanda, escribió lo siguiente en su libro Un mundo sin Copyright, basado en opiniones de variados autores sobre el tema:
               
“(...) la base filosófica del sistema de copyright actual se apoya en un malentendido: la originalidad de los artistas es inagotable, concepto que se aplica a creadores e intérpretes. Pero la realidad indica otra cosa, porque los artistas siempre tienen en cuenta las obras creadas en el pasado y en el presente, y agregan elementos al corpus existente. Esos agregados merecen respeto y admiración, pero sería inadecuado otorgar a sus creadores, intérpretes y productores derechos de exclusividad monopólicos sobre algo que se inspira en el conocimiento y la creatividad que forman parte del dominio público y son producto de la labor de otros artistas.” (Barthes, 1968; Boyle, 1996:42, 53-59)

                Tiempo después, el mismo Smiers publicó un libro (Imagine… no Copyright), del que se destaca el siguiente extracto:

“Desde una perspectiva cultural podemos preguntarnos si está justificado reconocer a personas individuales los derechos de propiedad sobre las expresiones. ¿Por qué? La propiedad coincide con el derecho exclusivo y monopolista sobre el uso de una expresión. Ese derecho tal vez se atenúe, por ejemplo, cuando se trata de fines educativos; no obstante, el propietario tiene mucho poder para excluir a los otros del uso de una manifestación artística determinada. La consecuencia es que así se privatiza una parte sustancial de nuestra comunicación humana. Aquí defenderemos que no solo se trata de un pequeño defecto en un sistema, por lo demás benigno, que se ha desbaratado por los ‘Jack Valenti’ de principios de la década de 1980. No, el principio básico del copyright socava nuestra democracia. ¿Cómo podría ser de otro modo si condiciona estrictamente, o incluso posibilita que se prohíba, el uso de grandes porciones de palabras, imágenes, melodías e imaginaciones que necesitamos, de modo apremiante, para el desarrollo de la comunicación humana?”

                “Sólo una cosa es imposible para Dios: encontrarle algún sentido a cualquier ley de copyright del planeta” (Mark Twain, su cuaderno de notas, mayo 1903). Dada esta cita, me inmiscuyo en la única ventaja que, a mi parecer, da sentido a esta ley: ¿De qué vivirían los autores (escritores, inventores, pintores…) si no fuera de los ingresos que esta ley les permite obtener? El crear es su profesión, necesitan herramientas para dar marcha a su imaginación, que está al servicio de todo quien la quiera, y por lo mismo debe ser recompensada. Esta es la única justificación que me parece razonable para la existencia del Copyright.

                 Y usted, ¿qué piensa?




(Citas extraídas de http://es.wikiquote.org)